jueves, 9 de abril de 2015

El Buen Pastor.

Nos encontramos ante una obra pictórica, perteneciente al arte barroco, en concreto , al realismo barroco de Murillo.



Observamos la imagen del niño Jesús con gran ternura y a su lado una oveja. La obra se caracteriza por su difuminado, y por los colores claros que transmiten a la persona que lo observa una sensación pacífica y de tranquilidad.

El pequeño pastor es representado con ropa color rosa clarito, y en su mano derecha porta un palo, característico de los pastores. Su mano izquierda reposa en el animal, mientras este, mirando al lateral, se muestra tranquilo y obediente permaneciendo a su lado.

La obra esta ubicada en el campo, a sus lados nos encontramos tierra, rocas e hierbas, y al fondo, se encuentran el resto de ovejas que el pastor posee en un ganado. Por lo tanto, hace gran referencia a la naturaleza.

La obra fue creada por Bartolomé Murillo en 1655-1660 en óleo sobre lienzo y sus dimensiones son de 123 x 101 cm. Se encuentra actualmente en el Museo del Prado, Madrid.

Bartolomé Esteban Murillo pertenece a la generación siguiente a Velázquez y presenta diferencias biográficas con su paisano. Renunció a la Corte por vivir en Sevilla y tampoco visitó Italia, por lo que no gozó de esa libertad del pintor sin encargos que tuvieron los artistas de cámara, cuyo único trabajo fue retratar al Rey, y hubo de ganarse la vida con la venta de sus obras.

La sociedad le recompensó con la fama, aplaudiendo sus creaciones; la belleza de sus Purísimas, la ternura de sus Niños Jesús y la delicadeza de sus Maternidades. Los románticos extranjeros dividieron el estilo de Murillo en tres períodos: frío, cálido y vaporoso. El primero corresponde a la etapa juvenil. Deriva de su admiración por Zurbarán y se caracteriza por los fuertes contrastes de luz, la precisión en el dibujo y la pincelada lisa. Obras de esta fase inicial claroscurista son los cuadros que representan a la Virgen del Rosario con el Niño y a la Sagrada Familia del pajarito, donde el artista "desdramatiza" los sentimientos religiosos, tras la pavorosa epidemia de peste.

El período cálido se inicia en 1656 con el San Antonio de la catedral hispalense; Murillo comienza a pintar gigantescos cuadros, incorpora los efectos de contraluz venecianos. El tenebrismo desaparece, la pincelada se hace suelta y el colorido brillante. En los lienzos del retablo mayor de los Capuchinos de Sevilla se inicia ya el glorioso tránsito hacia su espléndido final pictórico.

El período vaporoso es el típico de sus últimos años, cuando el color se hace transparente y difuminado. De 1669 son grandes cuadros para los altares laterales del convento de capuchinos, que completan su intervención en este centro: San Francisco abrazado al Crucificado, La adoración de los pastores y Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna.

Hasta su fallecimiento, Murillo concentró toda su gracia pictórica en las apoteósicas visiones de la Inmaculada y en las representaciones infantiles; Los niños de la concha, San Juanito con el cordero.

El carácter afable de estos temas piadosos encuentran su correlato en el ámbito profano: Muchachos comiendo empanada, Muchachos comiendo uvas y Muchachos jugando a los dados, cuyas escenas callejeras, carentes de amargura, le convierten en un precursor del Rococó.

Santa Casilda.

Nos encontramos ante una obra pictórica, perteneciente al arte barroco, y en concreto, al naturalismo tenebrista de Zurbarán.




Se trata de un retrato. Es representado con ropajes cuyos colores son cálidos: amarillo, naranja, y azul, significando esto una recuperación lenta del color.

Se intenta plasmar la atención del observador en la imagen y por ello se utiliza un fondo liso, color negro. La Santa tiene en sus manos unas flores, que milagrosamente, han sufrido una transformación, puesto que anteriormente eran panes que ocultaba en los pliegues de la falda.

Representa a la santa, hija de un rey taifa de Toledo, que fue sorprendido por los musulmanes cuando trataba de pasar comida a los cautivos cristianos. Se creó en el año 1640, es un óleo sobre lienzo cuyas dimensiones son  184 x 90 cm y actualmente se encuentra en el Museo del Prado, Madrid.

Francisco de Zurbarán es el prototipo de pintor español que transmite a sus lienzos el mismo amor por los objetos cercanos e idéntica confianza en los seres celestiales, que los imagineros plasmaban en relieves y pasos procesionales.

Por técnica y espíritu fue un "escultor de la pintura", evidencias que se hacen notables en su Crucificado, de la sacristía del convento sevillano de San Pablo. Se formó en Sevilla, luego se refugia en Madrid hasta su muerte, empujado por el éxito arrollador del joven Murillo que le roba prestigio y encargos. Con anterioridad, Zurbarán ya había estado en la Corte, invitado por Velázquez, donde pintó Los trabajos de Hércules y Felipe IV lo nombró "Pintor de Su Majestad"

Su estilo se movió siempre dentro del naturalismo tenebrista del Caravaggio, con figuras muy plásticas de contorno dibujado y sombras robustas. En la recta final esponjará también sus pinturas por influencia de Murillo. Tuvo un gran taller, con numerosos aprendices y oficiales.
Va a pasar a la historia como el pintor de los frailes, la vida monástica y la tela de sus hábitos. Realizó grandes ciclos para las órdenes religiosas y quieren decorar sus claustros, iglesias y sacristías con programas didácticos y retóricos de sus santos y mártires.

En 1629 desarrolla cinco episodios de San Buenaventura para el Colegio franciscano del Santo y un año más tarde pinta para los jesuitas La visión del Beato Alonso Rodríguez. En 1631 firma la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino.

En la Cartuja pinta los cuadros del retablo mayor con escenas de la Anunciación, Adoración de los Pastores, Epifanía y Circuncisión. Guadalupe conserva los ocho lienzos de Venerables jerónimos, que tapizan las paredes de su suntuosa Sacristía.

Este interés por los ciclos hará que Zurbarán cultive series evangélicas, bíblicas y profanas, integradas por doce y siete personajes. Son los doce apóstoles, las doce tribus de Israel, los doce trabajos de Hércules, los doce césares,  y los siete infantes de Lara.

Otros temas que Zurbarán explotó fueron la Santa Faz y el Niño Jesús labrando en la carpintería con Nazaret una cruz o confeccionado una corona de espinas que se clava en un dedo, brotándole un hilillo de sangre.

La humildad y su verídica transcripción del mundo cotidiano quedan sintetizadas en su faceta como bodegonista, ilustrando en sus ordenados fruteros y cacharros de cocina la máxima de Santa Teresa de  Jesús: " Dios también se encuentra entre los pucheros ".